TESTIMONIO #051
La primera Palabra que se me dio en el bus fue la siguiente, Isaías 57, 18-19: «Sus caminos vi. Yo le curaré y le guiaré, y le daré ánimos a él y a los que con él lloraban, poniendo alabanza en los labios: ¡Paz, paz al de lejos y al de cerca! Yo le curaré.»
En esta peregrinación a Fátima siento que he sido tan bendecida inmerecidamente, que sólo puedo dar Gloria a Dios. Desde el primer momento el Espíritu Santo ha ido guiando mis pasos, poniendo a las personas indicadas en cada momento, cada conversación, cada detalle. De camino en el bus nos repartieron el librito de oraciones de sanación. Y le comenté a la mujer que tenía al lado que hacía tiempo que estaba rezando la Oración a la Virgen para Desatar nudos. Y me dijo: «Tienes que hacer la novena.» Al llegar al hotel la busqué por internet y me la guardé.
El primer día, a las 7h me desperté con el sonido de las campanas y me puse a rezar la novena. Y así cada mañana, antes de empezar la alabanza, yo ya iba de la mano de la Virgen. Y cuántos nudos fue desatando sin casi darme cuenta… Y cuánto me ayudó un detalle insignificante en el primer desayuno a hacer renuncia, ya que la otra persona prefería la mermelada, igual que yo. Pero pensé, Señor, aquí me estás poniendo una oportunidad para que renuncie a mis apetencias. Y le ofrecí todos los desayunos con lo que menos me apetecía y me limité a comer lo justo esos días. Lo que no me imaginaba era que esto que parecía no tener importancia me llevaría a centrarme de lleno en las oraciones de renuncia del pasado con tanta profundidad y la liberación interior que me supuso. Y así fue como poco a poco fui entrando del modo peregrinación al modo retiro, apagando el teléfono, eliminando distracciones, abriendo el corazón a lo que el Señor me quisiera regalar.
Y aunque este retiro era la segunda vez que lo hacía, lo he vivido como si fuera todo tan nuevo, que yo misma me sorprendía. Porque me doy cuenta de que el Señor va sanando en cada oración, en cada Adoración. Y el Espíritu Santo lo hace todo nuevo. Cuando el padre Salva explicaba que Jesús está en todos los paritorios del mundo, empecé a llorar casi sin saber por qué. Me conmovió, porque Jesús conoce nuestro corazón y aprovechó ese preciso momento para sanar una herida que llevaba en mi interior por mi trabajo, que es precioso cuando las cosas salen bien, pero muy duro cuando no se consigue salvar esa vida que acaba de nacer. Y el Espíritu Santo seguía haciendo… hicimos la oración de sanación del vientre materno. La vivencia fue muy diferente a la primera vez, porque lo viví con mucha paz, aunque finalmente me tuvieron que ayudar a levantarme. Pero con humildad y mirando al Santísimo, le dije: «Señor, por eso estoy aquí, para que sigas sanándome.» Y fue un regalo cuando empezaron los testimonios, porque el padre Salva explicaba que el testimonio ayuda al que lo cuenta y aumenta la fe de la asamblea. Y enseguida empiezo a notar una taquicardia y un calor que me impulsaba a levantarme. Y me lo confirmó una persona que se giró haciéndome señas de que saliera. Y sin darme cuenta me vi delante de todos, con el micro en la mano, dando gracias a Dios por la historia de amor que ha hecho en mi vida. Porque tiene un plan para cada uno desde antes de nacer. Que hemos sido creados no por casualidad, sino que Dios ha pensado en cada uno de nosotros desde antes de la creación. Y en general son unas palabras de ánimo muy bonitas, pero que para mí tienen más sentido, porque si mi madre nos hubiese abortado a mi hermana gemela y a mí, no hubiésemos nacido, pues a nuestros 4 hermanos mayores ya los habían separado de la familia antes de nacer nosotras. Pero Dios lo hace todo bien. Y pensó en otra familia que nos estaba esperando con los brazos abiertos. Y yo que soy tan discreta me veía delante de la asamblea contando mi vida para Gloria de Dios, arrastrada por el Espíritu Santo, que me fue poniendo las palabras que tenía que decir. Y a la vez viendo lo protegida y amada que he sido desde siempre por Dios Padre y María Madre.
Y el Señor me siguió bendiciendo, confirmándome con su Palabra lo que iba viviendo. En la última Adoración me regaló la Palabra que resume mi vida, en Efesios 1, 3-14: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado. En Él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad según el benévolo designio que en Él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra. A Él, por quien somos herederos, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad, para ser nosotros alabanza de su gloria, los que ya antes esperábamos en Cristo. En Él también vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvación, y creído también en Él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es prenda de nuestra herencia, para la redención del pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria.»
Y el Espíritu Santo seguía sanando. Doy gracias a Dios y pido por cada uno de los sacerdotes que nos acompañaron en esta peregrinación. Ha sido una bendición muy grande. El Señor tuvo a bien regalarme una experiencia preciosa que no era capaz de entender hasta que llegamos a casa. Y en mi parroquia, delante del sagrario le pedí al Santísimo que me diera discernimiento. Y así lo hizo. Cada vez que el padre Fray Pablo rezaba por mí, que fueron muchísimas, sentía que era el mismo Jesús el que se acercaba y me bendecía con sus manos. Y el Espíritu Santo entraba suavemente en mí, como pidiéndome permiso, para que yo, entrando en diálogo con Jesús, le dijera «Sí, Jesús, entra en mi vida y derrama tu amor en mi corazón. Ven, Espíritu Santo y hazlo todo nuevo». El Señor me regaló ver en sus ojos esa mirada de misericordia, de ternura que se cuenta de Jesús en los Evangelios. Esa mirada de amor a los hermanos que sustituye las palabras. Ha sido una experiencia viva de descubrir a Jesús en el sacerdocio.
Y la última Palabra que sella todo lo vivido fue 2ª Timoteo, 6-7: «Por eso te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos dio el Señor un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza.» Y siguiendo unos versículos más, el Señor me da luz para lo que está por venir: «No te avergüences ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios, que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia que nos dio desde toda la eternidad en Cristo Jesús.»
Y al terminar de escribir lo que ha sido mi peregrinación en Fátima me viene este canto que lo resume todo:
¿Cómo podré agradecer tanta bendición?
¿Cómo podré responder a tu amor?
Levantando mis manos, Señor.
Declarando que Tú eres Dios
y dejándome llevar
por el soplo de tu amor.
Y alabándote, y alabándote, y alabándote Señor, Mi Dios.
¡Gracias Jesús, gracias María, por tanta bendición!
Rocío.