TESTIMONIO #067
El pasado fin de semana, viví la experiencia de amor más fuerte de mi vida; ha sido un regalo tan grande, que aún no salgo de todo aquel encanto. En definitiva, es el regalo que Dio me tenía preparado para ese momento, porque lo reveló a través de un sueño profético a una hermana de la Iglesia, que semanas antes del retiro me lo compartió y tanto ella como yo, bendecimos ese sueño para que el Señor se glorificara.
Mi experiencia de amor empieza desde antes de salir hacia el retiro, porque pasé por la capilla del Santísimo de la parroquia San Ramón; fue ahí donde dejé todas mis cargas, toda la lucha que había tenido previa al retiro; le dije a Jesús: «Heme aquí, que estoy cansada y agobiada, te entrego todo, y a partir de este momento solo quiero abandonarme a ti, y todo lo que vayas a hacer este fin de semana, glorifícate en todos los que viviremos este retiro.»
Llegando a la casa del retiro, Jesús me hablaba por todos lados: «Te esperaba, sígueme, alégrate, el Señor está contigo»; cada palabra que leía mientras iba de camino a la habitación, sentía que el corazón me sobresaltaba y la palabra de bienvenida que me regaló, no podía ser más maravillosa: «Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» 1 Jn 4, 16. Cuando la leí, le dije: «Me estás regalando tu amor.» Me quedé en silencio y acogí esta palabra en mi corazón.
La noche del viernes, en la exposición del Santísimo y oración para romper bloqueos, renunciaba a todo aquello que me impidiera tener esa experiencia con el Espíritu Santo, principalmente a pensamientos que me hacían sentir que yo quería tener experiencias del Espíritu Santo para que todos vean lo que Dios me regala, pensamientos de vanagloria que el demonio ponía en mi cabeza para hacerme sentir mal y bloquear la acción del Espíritu Santo. Para mí fue poderosísima esa oración, porque desde ese momento el Espíritu Santo empezó a actuar, mientras renunciaba y le decía al Señor que le daba permiso para entrar en mí, que yo era su esposa y Él mi esposo, y en eso, el padre Salva, que dirigía la oración, dijo: «Así como el esposo entra en la habitación sin pedir permiso y entra en la intimidad con la esposa, así ven Señor.» «Sí Señor, así quiero que vengas a mí», dije yo en mi interior; y fue entonces cuando sentí que me desvanecía y sentí que me caía, y le dije: «Señor, todavía no», y Él, que es un caballero, se quedó en silencio en la intimidad de la oración.
Mientras transcurría el retiro, estaba en constante apertura, en oración, en la alabanza, en el silencio, hasta en los momentos de comida el Señor quiso estar conmigo a solas, como preparándome para ese momento tan especial. En la Misa previa a la efusión, fue una total entrega. En el momento de la ofrenda, me puse en manos de mamita María: «Madre, tú que eres la esposa del Espíritu Santo, llévame a Él», le dije. También le pedí a mi ángel de la guarda que si en algún momento yo sentía miedo, que él viniera en mi auxilio, pues no quería que nada bloqueara ese momento. Al llegar el momento de la Comunión, cuando recibí su cuerpo, su corazón, le dije: «Ya, ya estas dentro de mí, haz de mí lo que tú quieras.» Y fue en ese momento que sentí como una fuerza caliente recorrió desde la cabeza hasta los pies, estando de rodillas sentí que las piernas se me debilitaban. Cuando el padre Salva pide que pasen al frente los que quieran, yo pasé al frente no sé ni cómo, pues ya no era yo la que gobernaba mi cuerpo, solo fue estar al frente y sentí que me desvanecía y me fui hacia atrás, me dejé ir en total libertad, sin miedo alguno, caí con los brazos abiertos, orando, alabando y pidiendo el Espíritu Santo; le decía a la Virgen: «Como tú María, como tú María, llévame a Él, llévame a Él, heme aquí, heme aquí, quiero más de ti», decía constantemente. De repente sentí una fuerza que me venía desde el estómago hasta la garganta y la boca y empecé a gritar: «Solo el amor sana, el amor perdona, solo somos libres en el amor, soy libre en el amor de Jesús, soy libre.» No paraba de alabar, de decir que Jesús es santo, que sólo Él es santo, todo era alabanza, y después empecé a pronunciar unas palabras que en mi vida las había dicho, pero empecé a repetir y a repetir hasta que después se vinieron otras palabras más raras aún y salían de mi boca con mayor fluidez y con mucha fuerza. Algunas sí las logré identificar (Jesús, Cristi, Santa María) porque las pronunciaba como en latín. Mientras mi lengua no paraba de alabar y orar en lenguas, mi mente siempre estuvo consciente; le decía al señor: «Yo quiero saber lo que estoy diciendo, quiero ver tu rostro». Yo pedía más, pero no logré entender lo que decía. También escuchaba todo lo que pasaba a mí alrededor, y hubo un momento en que el padre Salva oró por el ministerio de alabanza y pidió a todos que oraran por ellos, por Alejandro y Ana. En ese momento, yo me sobresalté y levanté mi mano derecha y la oración en lenguas me salía con más fuerza; fue como si el Espíritu Santo derramaba algo especial sobre ellos en ese momento, yo no podía parar de orar, no tenía control de mi lengua, estuve así desde el inicio hasta el final que el padre Salva me impuso su mano y dijo «paz en el nombre de Jesús», solo así me quedé en silencio, fue algo impresionante. Todo el tiempo mantuve los ojos cerrados, sentía lo helado del suelo, pero no sentí frío porque en varios momentos sentía como descargas de calor en mi cuerpo, las manos se me entumecieron y, cuando abrí los ojos, poco a poco pude ir moviendo las manos. Me senté, y después de un tiempo, pude levantarme. Después de aquel desborde del poder del Espíritu Santo, quedé en silencio, pero con Él, aunque no le decía nada, ni Él me decía nada, sabía que estaba ahí, en la intimidad. Fue hasta la noche mientras estaba en la habitación que me dijo: «Así es como trato a mi esposa», aquella palabra la acogí en mi corazón.
Cuando llegó el momento de Luz y Misericordia, Jesús estaba ahí con todo su amor, sentí que el corazón se me inflamaba de su amor, Él me decía que me amaba, yo le decía que lo amaba, era todo un cortejo un enamoramiento, yo me sentía como la esposa orgullosa de su esposo y le decía que fuera donde todos, que todos sintieran ese amor que yo sentía, que derramara de su amor y bendecía todo lo que Él estaba haciendo. Luego llegó el padre Salva y me impuso las manos y caí en descanso. En ese descanso, el Señor me recordó lo que Él me dijo en una oración que hicieron por mí hace como 5 años; me dijo que cada vez que yo comulgo, Él me quita el velo como el novio se lo quita a la novia en la boda, y en ese momento empecé a llorar de emoción, felicidad y un sin número de sentimientos que salieron en ese momento. Sentía una opresión en el corazón, era como si no me cabía en el pecho, eran muchas cosas juntas, porque empecé a verme vestida de novia danzando por toda la capilla, con el rostro radiante y lleno de felicidad, y es que así me ve Él, así me ve Jesús.
No puedo estar más agradecida con mi Dios, con todo lo que está haciendo, grandes son sus maravillas, grandes son sus proezas, todo es para su Gloria, porque Él lo hace todo, solo nos pide un corazón atento y abierto para que Él obre. Cuando Él tiene un plan para ti, se cumple, en su tiempo, pero se cumple. Este testimonio sea para la Gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos, Amén.
Testimonio de Arlen Bonilla, retiro Renovados en el Espíritu, octubre 2020.