«Dios habita entre las Alabanzas de su Pueblo.» (Salmo 22, 4)
Gracias, Dios, por este Pentecostés tan necesario.
La verdad es que hemos podido vivir esta fiesta de Pentecostés como una auténtica bendición. Se tocaba la Presencia del Espíritu Santo derramándose con fuerza, liberando muchos corazones por el poder de su Amor. Hemos ardido con el fuego del Espíritu Santo, y estamos desbordados de tanto Amor recibido.
Todo ha sido un auténtico regalo del Cielo, viviendo realmente el Cielo en la Tierra, con el Espíritu del Señor paseando entre nosotros y obrando maravillas: La felicidad de servir en Comunidad, el aprender a amarnos y a ser instrumentos del Señor (para nuestros hermanos que asistieron sedientos y fueron saciados con los «ríos de agua viva»), el ser alimentados con la Palabra y los Testimonios, la renovación con el fuego del Espíritu Santo que se sintió fuertemente en la Asamblea, etc.
¡Cuánta necesidad tiene el mundo de conocer al Espíritu Santo y a Jesús el Salvador! Ese Jesús que nos libera del pecado diario que nos ata y nos machaca y nos hace sufrir.
¡Cuánta labor hay que hacer! Con humildad, con cariño, con mucha cercanía a la gente y transmitiendo la misericordia de Dios.
Y en eso estamos.
Seguimos caminando, pidiendo que Dios derrame unidad. El Señor está abriendo caminos en nuestros corazones para llegar a cada uno de sus hijos, los que están esperando la manifestación de los hijos de Dios.
El Señor tiene un proyecto de Amor maravilloso que quiere realizar a través de nosotros, sus pequeños. Dejémonos transformar por el Espíritu Santo para poder servir según Él.
La clave es fijar la mirada en el Amor de Dios y no quitarla, pase lo que pase. El Amor de Dios es lo más Poderoso que hay. El Señor es Maravilloso.
¡Jesús, más de ti; haz y deshaz en nosotros lo que tú quieras! ¡Bendito seas Señor! ¡Solo Tú!
¡Más fuego! El fuego que nunca duerme. El fuego que nunca se apaga.
El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!