Jesús nos llama a ser sus discípulos

TESTIMONIO #086

Queridos amigos:

Hace medio año mi mujer y yo realizamos el retiro de «Perdón y Misericordia». Llevábamos detrás de ello casi un año, y ni siquiera sabíamos muy bien a qué íbamos. Teníamos claro que debíamos seguir la iniciativa del Espíritu, que en los meses precedentes había salido a nuestro paso de mil maneras, renovando nuestra fe, dándonos nuevos amigos en la Iglesia, sanando heridas y bloqueos.

Por esta razón, fuimos al retiro con el deseo de que el Señor se hiciera presente en nuestra vida aún con más fuerza. Y así, durante dos días pudimos ver Su acción y Presencia, tocando nuestra propia vida. El momento del perdón para nosotros fue particularmente significativo y pudimos experimentar, incluso sensiblemente, su acción poderosa, sanadora. Él es capaz de abrazar nuestra historia, nuestro pasado, nuestro mal y hacer de nuestro corazón de piedra un corazón de carne. En el retiro nos topamos con muchas sorpresas y rostros absolutamente inesperados. Por un lado, vivían o decían cosas que nos resultaban —como expresividad— extrañas. Por otro, nos resultaban profundamente familiares y deseables. Así, aunque nos veíamos arrastrados sin saber muy bien a dónde estábamos siendo conducidos, nos apremiaba conocer cada vez más el tipo de experiencia que estas personas hacían. Frente al prejuicio que muchas veces hemos tenido respecto de ciertos gestos o grupos carismáticos dentro de la Iglesia, nos veíamos como niños, deseosos de aprender y seguir, de conocer cada vez más a Cristo en su Iglesia. En particular, empezamos a ser conscientes, verdaderamente conscientes, por primera vez, de la acción del Espíritu Santo. Contábamos teóricamente con su existencia, pero en el fondo era un desconocido para nosotros.

Desde entonces, se ha consolidado en nosotros un gran deseo de ver Su acción, que ha sido explícita y poderosa en ciertos momentos, discreta e implícita en otros. Nos hemos abierto a su iniciativa, capaz de restituir, sanar, perdonar y transformar; y hemos recibido Su bautismo, tal como pedían los apóstoles. Siguiendo estas pistas, durante estos meses se han ido concretando en nuestra vida muchas de las intuiciones que vivimos durante el retiro. Se ha renovado en nosotros la adhesión sencilla pero fecunda a los gestos y sugerencias de la Iglesia, aspectos que teníamos olvidados, como el cuidado de la eucaristía, del silencio y de la oración. En particular está siendo muy fecunda la oración en común y de intercesión, en el matrimonio y con otros amigos. Estamos aprendiendo a rezar y se está definiendo con claridad hasta qué punto es necesario que nos abramos al Señor, pidiendo incluso lo que no nos atrevíamos a pedir. Nosotros pertenecemos a otro movimiento dentro de la Iglesia, pero el Espíritu nos está llevando por caminos que no esperábamos. Y así, paso a paso, se ha renovado la fe en nosotros, la adhesión a la Iglesia.

Nos faltan días para contarnos cómo el Señor está aconteciendo, cómo está cambiando la vida de tantos amigos, cercanos y lejanos, que también han comenzado de manera totalmente inesperada a hacer una experiencia muy fuerte del Espíritu Santo. Hacemos alabanzas juntos, nos piden oración de intercesión, nos contamos cómo va obrando el Espíritu en nosotros. Está siendo impresionante ver la conmoción que estamos sintiendo unos por otros, por ver y esperar la obra del Señor en cada uno. Se está dando así una verdadera, ansiada y renovada comunión.

Todo esto habría sido impensable sin la ayuda y compañía de nuestra amiga Sonsoles, que literalmente ha sido un ángel para nosotros durante todo este tiempo. Nos ha acompañado con discreción y ternura, sin sustituirnos, atenta también ella a la acción del Espíritu en nosotros, animándonos e impulsándonos cuando nosotros no nos atrevíamos a caminar por nosotros mismos.

Por todas estas intuiciones y pasos, Sonso nos invitó al retiro «Discípulos de Jesús» (8-10 octubre). Por un lado, teníamos un gran deseo de volver a ver al Señor, de abrirnos de nuevo a Su Espíritu, pero por otro teníamos también el miedo de perder el control de nuestra vida, de abandonar nuestras medidas y esquemas. «¿No será demasiado?», «¿estaremos preparados?», etc. Finalmente decidimos ir porque no teníamos nada que perder ni nada que defender. «Y el Señor ha estado grande con nosotros.» Es verdad lo que dice S. Juan: «Si se escribieran una por una las cosas que hizo Jesús, me parece que no cabrían en el mundo los libros que se habrían de escribir.» En dos días hemos tenido la misma impresión. El Señor está y actúa con poder en su iglesia, a través de sus discípulos. Es escandaloso que Jesús diga que en su nombre «haremos sus obras y aún mayores», pero es verdad. Hemos visto, recibido y realizado sanación física, profecía y alabanza. Todo esto nos parecía lejano, incomprensible y, en el fondo, limitado a la vida de Jesús, de sus discípulos y de algunos santos escogidos. Y, sin embargo, ha habido quien ha aceptado con obediencia y audacia las palabras de Jesús: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.» Delante de esta acción del Espíritu, llena de autoridad y misericordia, nuestra fe crece y está llamada a ser más madura, a vivir con más libertad y audacia, fiándonos de las palabras de Jesús, que nos llama a ser sus discípulos, como se nos ha repetido en estos dos días. El Señor ha vuelto a hacernos suyos gracias a vuestro sí. Es una esperanza para nosotros y para toda la Iglesia.

Infinitamente agradecidos,

Nacho y Rocío.