Reconstruye mi casa

TESTIMONIO #097

Me llamo Vicentina, soy esposa de Eduardo. Dios nos ha concedido 9 hijos y 6 nietos.

La experiencia empezó antes del retiro de Discípulos de Jesús, cuando metiendo las libretas de notas en la maleta, por error cogí una distinta. Al examinarla vi que era de hace 17 años, cuando celebramos las bodas de plata y fuimos a Italia. Íbamos buscando que el Señor nos diera una palabra para nuestro matrimonio y allí en Asís, en San Damiano, ¿qué nos iba a decir el Señor?: «Reconstruye mi casa.» Vimos pues que nuestra casa era la Iglesia; nuestra parroquia, nuestra comunidad, pero también era nuestra Iglesia doméstica que es nuestra familia, nuestros hijos. Esa era nuestra misión. Y pensamos: «¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo construimos la Iglesia de nuestra familia si esto es un caos?» Entonces el Señor nos contestó: «Haciendo las cosas como las hacia San Francisco.» Y descubrimos que San Francisco era la sencillez, la humildad, la alabanza, la bendición, la paz y vimos que esa tenía que ser nuestra línea de conducta. ¡Eso era lo que teníamos que pedir al Señor que realizara en nuestra casa!

Me alegré de releer esas notas sin entender cómo habían llegado a mis manos después de tanto tiempo; paré un momento para dar gracias a Dios y seguí preparando las cosas.

La primera noche del retiro el Señor tuvo a bien, a través de algunos hermanos, darnos una palabra de conocimiento. La verdad es que no puedo recordar literalmente todo lo que se nos dijo, porque era tan grande que me desbordaba, pero sí conservo viva la huella que dejaron en mi corazón. Iluminaban nuestro matrimonio y nuestra familia, reafirmándonos, diciéndonos que el Señor está con nosotros, que íbamos por buen camino, que se reconstruirían las murallas de nuestro hogar. Él estaba en medio de nosotros y esa palabra que guardábamos de hacer de nuestra familia una Iglesia doméstica se iba a cumplir. Para esta lucha el Señor nos daba unas armas: la bendición y la oración de alabanza y de acción de gracias; y una palabra: el Salmo 148, 13-14.

Mi esposo y yo nos casamos para formar una familia cristiana en camino hacia la santidad; nos pusimos a los pies del Señor, para que nos diera los hijos que quisiera y llevara Él nuestra vida. ¡Y el Señor lo estaba cumpliendo! Esta palabra nos llenó de alegría. Daba sentido a nuestro matrimonio y reafirmaba que, a pesar de nuestra debilidad, luchas, problemas y sufrimientos, siempre fuimos guiados y sostenidos por el Señor. Ahora entendía quién puso esa libreta en mis manos unas horas antes para abrir mi corazón a lo que Él nos tenía preparado.

A mí esa palabra me consoló muchísimo, me dio una alegría enorme. Después no podía dormir, pasé la mayor parte del tiempo dando gracias a Dios y diciendo: «¿Será verdad? ¿Lo habré soñado? ¡No puede ser tan maravilloso!»

Al día siguiente, el padre Salva, en la bendición con el Santísimo, me dijo: «Lo que se te dijo anoche se cumplirá, ha dicho el Señor que lo que se te dijo se cumplirá.» Me llené de júbilo, ya no sabía si estaba en la tierra o en el cielo; pero eso sí, exultante, por el detalle que tuvo el Señor conmigo, dándome su palabra y además confirmándomela.

Por la noche en la oración de sanación una hermana me manifestó que el Señor le había indicado que orara por mí. Le dije que desde la cabeza a los pies podía empezar por donde quisiera; sé que le di mucho trabajo, pero ahí estuvo orando y, gracias a Dios, la fuerte migraña que padecía desde hacía tres semanas desapareció completamente.

El año pasado tuve una parálisis facial parcial que me inmovilizó el lado izquierdo de la cara. El Señor me ha ido devolviendo gran parte de movilidad, pero han quedado movimientos involuntarios y tensiones muy molestas. Con la oración la tensión desapareció y pude descansar.

Pero lo mejor fue cuando oró por mi espalda. Hacía ya varios meses que no podía enderezarme y caminaba encorvada. Comenzó a orar, y al momento ambas notamos que mis vértebras se movían, empecé a sentir como desde las primeras lumbares se iban colocando correctamente y yo me iba enderezando y como creciendo hasta que me quedé totalmente erguida. Me podía mover, agachar, levantar, aquello era increíble. Entonces le dije a esta hermana: «Esto es maravilloso, aunque sea por un tiempo. ¡Bendito sea Dios!» Pero ella me contestó: «No, no, Dios cuando hace las cosas las hace bien y las hace para siempre.»

En ese momento se me hizo presente el Evangelio de Mateo 9, 4, cuando Jesús dice: «¿Qué es más fácil decir, tus pecados te son perdonados o levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar los pecados: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.»

Yo me vi dentro de ese Evangelio. Era el Señor el que me decía «te lo he dicho una vez, te lo he reafirmado por segunda vez y, qué es más fácil, ¿cumplir mi palabra o enderezar tu espalda?, pues para que veas que tengo poder para cumplir mi palabra, en mi Nombre se te endereza la espalda», y toda la espalda le obedeció.

Esa fue mi experiencia. He vivido este acontecimiento como un precioso acto de amor de Dios que está pendiente de mí y de todas mis necesidades, pero sobre todo como una garantía de fidelidad en el cumplimiento de su palabra.

Siempre le he pedido al Señor la esperanza. Cuando veía que todo en mi casa parecía que se fuera a hundir, trabajo, discusiones, rebeldías (mis hijos son todos maravillosos, pero la adolescencia es un tiempo difícil), pensaba: «Dios mío ¿cómo vas a poder arreglar esto y transformarlo en santidad?» Y pedía al Señor: «Mis hijos los he tenido por ti y para ti, dame la esperanza de que tú los vas a llevar al Cielo.»

Cuando llegué al retiro tenía esa esperanza que el Señor siempre me ha concedido, pero cuando salí de él, no tenía esperanza sino certeza.

Gloria a Dios.