TESTIMONIO #159
Mi experiencia de Pentecostés del sábado por la mañana.
Este sábado asistí a la convocatoria de PENTECOSTÉS, como vengo haciéndolo en estos tres últimos años, y nunca tuve nada extraordinario. Ni tan siquiera los domingos, cuando he asistido a las Adoraciones en tu parroquia. Hasta el sábado pasado.
Las charlas y testimonios fueron muy interesantes. Pero yo seguía sin sentir nada en especial, hasta que a continuación entró en la sala el SANTÍSIMO.
Puesto de rodillas, empezó la invocación del Espíritu Santo.
Mi corazón empezó a sentir algo que no puedo definirlo, pero mi corazón lloraba, yo lloraba, todo mi ser lloraba desconsoladamente. Nunca me había ocurrido. Yo no he llorado ni en la muerte de mi madre y de mi padre. Es como si me estuvieran arrancando de dentro de mí algo que me pesaba toneladas. Así estuve hasta que se terminó y empezamos a salir fuera.
Una vez fuera del recinto, hablando con mis hermanos de Emaús, no podía evitar llorar. Mis piernas me las sentía flojas, todo mi cuerpo era sudor, todo era agua, sudor, lágrimas. Entendí que el Espíritu Santo estaba purificándome, o por lo menos creo entenderlo así.
Fue algo completamente nuevo para mí.
Ahora estoy en mi vida ordinaria. Sin embargo, sé que hay algo en mí que no es lo mismo, pero que solo tengo que dejar al Espíritu Santo que haga en mí, cuando Él considere, aquello que tiene preparado para mí.
Yo no sé si esto es testimonial o no, pero he creído que debía compartirlo.
Gracias padre Salva y gracias Comunidad, ¡por ser instrumentos del Espíritu Santo para mucha gente!
DIOS OS BENDIGA SIEMPRE.
UN ABRAZO.