TESTIMONIO #083
Me sale del alma decir gracias.
Gracias a Dios por mi papi, que nos educó a mí y a mis ocho hermanos en el camino de la fe. En cierta manera, nunca me he apartado del Señor Jesús. Reconozco que mi mayor fallo siempre ha sido conformarme con las respuestas manipuladoras del «barbazul», en vez de haber ido a la verdadera fuente. Esto me ha llevado a creerme sus mentiras causándome un profundo dolor, creerme no querida y no amada por el Señor Jesús.
Este camino de Salvación para mí empezó en un momento en que vivía ahogándome en mil problemas, alimentándome en mi mente de que nadie me comprendía ni se interesaba por mí. Por pura Gracia, busqué ayuda en mi hermana tres años mayor que yo, Yolanda, pidiéndole oración y compasión. Sentía en mi interior que necesitaba un retiro espiritual. Sentía que me estaba rompiendo a pedacitos, no podía controlar todo en mi vida, generándome ansiedad. Mi hermana acogió mi llamada y me puso en contacto con María Ángeles, virgen consagrada, que no conocía de nada, quien también me acogió como una hermana, su pequeña Laura me llama, y con su paciencia y dulzura empecé a rezar, cogida de su mano, la novena a la Virgen Desata Nudos, primero una y, después, un sinfín, llegando a experimentar una paz interior y desbloqueos. Este fue el primer pasito.
Me dejé ayudar y querer.
Gracias al poder de la oración, pienso en tantas personas que han rezado por mí, pude asistir el domingo 28 de febrero a la Adoración, en Paiporta, y lo que experimenté no se puede transmitir con palabras humanas, pero le pido al Espíritu Santo que me ayude. Fui con la arrogancia de plantarme delante del Señor en un cara a cara, quería explicaciones, respuestas a lo que pasaba en mi vida, pero cuando lo vi delante de mí me derrumbé sintiéndome insignificante, solo pude fijar todo mi ser en Él; las alforjas que llevaba llenas de problemas, preguntas, reproches, quejas…, se cayeron y me quedé a solas con Él. Era mi Papá que me miraba y me hablaba:
«Todo está bien, tranquila, desapégate de todo. Ven, ven, ven a Mí, quiero abrazarte, pequeña, eres mi amor. Yo no soy de este mundo, aparta todo, olvídalo por un momento.»
Cómo me abrazó y me arropó y me amó no lo puedo describir, no es de este mundo. Nunca había sentido aquello ni parecido.
La semana previa al retiro de Perdón y Misericordia viví un duro combate. Hasta última hora no sabía si podría ir, ya que mi madre estaba muy grave. Falleció el 17, dos días antes, y el entierro fue el día anterior. En el cementerio casi cedí a la tentación de «barbazul» de no ir, me sentía muy cansada, llovía a mares, estaba triste, cansada, muy cansada, agotada, pero gracias a la oración y a las palabras de mi hermana Yolanda y Mª Ángeles me mantuve, su amor me sostuvo. El mismo viernes, de camino al retiro, estuve a punto de volverme por el accidente que acababa de tener mi hija Sara con la moto, pero gracias a que no conducía yo nos mantuvimos en la ruta, confiando con Fe en el Señor Jesús y sabiendo, momentos después, que mi hija se encontraba bien, aunque magullada. Aparcamos en Siete Aguas, estaba rota, cansada, fatigada, con mucho frío (soy muy friolera y parecía una muñeca de nieve bien enfundada). Y esa misma noche tuve otro ataque del «barbazul», pues me quería regresar a casa, no me veía en el retiro y estuve a punto de llamar a mi marido para que viniera al día siguiente a recogerme. Me cogió fuerte «barbazul», pero menos mal que nevaba. Me quedé. En esta tribulación me sentí sostenida por la oración y el testimonio de mi hermana, que me escribió esa noche por el WhatsApp. Su experiencia me consoló. Mi madre acababa de fallecer, iba con un vacío y una gran necesidad de descansar en el Señor. Al día siguiente, sábado, me dejé sorprender por el Señor como nos invitó el padre Salvador Romero. El Espíritu Santo me sorprendió con el Perdón, me sentí verdaderamente perdonada, y pude perdonar de corazón a mi hermano, que también se encontraba en el retiro, acompañado de su actual novia. Habíamos tenido diferencias hacía unos años y en mi corazón albergaba resentimiento contra él, que me hacía sufrir. Puedo decir que viví el Perdón y la Misericordia de mi Papi. Ese sábado, mi hermano David me abrazó sin más, sin esperarlo, y yo me quedé aún más bloqueada, no entendía, pero lo más sorprendente fue que, después de la confesión que viví, pude abrazarle yo a él, de corazón. Esto es obra del Amor de Dios.
Después de eso descansé. ¡¡Uff!! Tenía ganas de reír, y reí a gusto, canté, bailé y disfruté del resto del retiro. He recibido muchas bendiciones que no me esperaba. Me he sentido muy amada y solo puedo decir gracias de corazón a mi Papi, a mis hermanos, al padre Salva y a todo el equipo y, en especial, a mis hermanos y a Mª Ángeles.
Muchas, muchas gracias. Nos vemos muy pronto.
La pequeña Laura.