Jesús está delante y me mira

TESTIMONIO #108

TESTIMONIO DE FERNANDO DE MADRID, RETIRO DE SANACIÓN DEL P. SALVADOR ROMERO EN LA HOSPEDERÍA DE LA SANTA CRUZ DEL VALLE DE LOS CAÍDOS.

4, 5, y 6 de marzo de 2022 (Madrid, España).

Voy a relatar dos experiencias vividas durante este Retiro.

El sábado, tuvimos un tiempo para confesarnos con uno de los ocho sacerdotes disponibles, posteriormente permanecí unos minutos en la Capilla.

A continuación, pasé a la sala donde estaba expuesto Jesús Sacramentado, donde el padre Salvador imponía las manos y oraba por cada uno con la asistencia de los servidores y en ministerio de música.

Pasé a la sala y una hermana servidora me invitó a sentarme a orar, posteriormente me llamaron para que acudiera a donde el padre, oró por mí imponiéndome las manos, tras unos minutos caí en Descanso en el Espíritu, las servidoras me sujetaron un poco y me quedé tumbado ante Jesús Sacramentado. Sentí mucha paz y alegría. Al cabo de un rato vi con los ojos cerrados que salían rayos de la custodia, de Jesús y que se dirigían tanto a mí como a los hermanos en Cristo que estaban en el suelo en Descanso en el Espíritu. Sentí y vi que los rayos acababan en dos manos, las Manos de Jesús que amorosamente y con sutileza penetraban mi pecho hasta el corazón.

Estas Manos acariciaban mi corazón, primero por fuera durante un rato, luego por dentro, eran unas caricias sanadoras, así lo percibí. Permanecí un buen rato así dejándome hacer por Él, hasta que el proceso se completó. Me incorporé y una servidora se acercó y sentí la necesidad de abrazarla y ella hizo lo mismo, me puse a llorar de gratitud y a la vez de alivio y por sentirme consolado, permanecimos sentados en el suelo así, en ese abrazo durante un buen rato.

La segunda experiencia fue el sábado por la tarde, durante la Sanación del Seno Materno.

Me situé en el suelo tumbado boca arriba, el padre Salvador, guió la meditación empezando por el primer mes y acompañado por el Ministerio de Música. Entre el cuarto mes y el quinto, me puse en posición fetal sobre el lado izquierdo en el suelo de la sala. Cuando el Padre Salvador nos dirigió al octavo mes, ahí comencé a percibir dificultades, pasé de estar muy a gusto, protegido y tranquilo, a tener sensaciones de preocupación, inquietud y miedo. En el noveno mes, esto que sentía se unió a sensación de tristeza y desolación. Seguidamente veo interiormente a mi madre que está en casa, la casa que tuvimos en Madrid; ella está en silencio interior y exterior, sentada en una silla en posición un poco reclinada con su vientre al aire, veo que sus manos me acarician lentamente a través de la piel de forma suave y con todo el anverso de las mismas, lleva las uñas pintadas de color claro.

Está en la habitación junto a la cocina, la que al principio fue el comedor, mira su vientre y por tanto me mira a mí, con preocupación y tristeza, está sola en casa, la habitación donde está posee luz artificial aunque no muy intensa, el resto de la casa casi está a oscuras a pesar de ser de día (era una casa con poca luz natural), además la luz artificial del resto de la casa está apagada.

La escena permanece ante mí y en mí hasta que el padre Salvador habla del momento del parto. Las sensaciones mencionadas en mí van en aumento. El nacimiento me da vértigo, veo luz blanca y una sala con las paredes también blancas aunque no distingo más cosas ni personas. El padre indica que Jesús está delante y me mira y así es, veo a Jesús nítidamente con los brazos extendidos, lleva una túnica blanca, me mira a los ojos con una mirada impresionante de amor y de ternura, me coge, me abraza y me acuna durante un buen rato. Sus manos me tocan y me acarician, me siento protegido entre sus brazos. Cuando el padre Salvador pidió que todos aquellos que no pudieran levantarse al concluir la meditación fueran ayudados por un hermano en Cristo que estuviera al lado, me pasó que me encontraba en el suelo, en la posición fetal, inmovilizado, llorando por la experiencia de este noveno mes y el parto. Una hermana intentó levantarme sin éxito, otra sí pudo, comunicó el padre Salvador que dieran un abrazo. La hermana me lo dio y permanecí largo rato así llorando, era una abrazo sanador de consuelo de desahogo, como cuando una madre abraza a un hijo que se ha caído del triciclo o le han pegado los niños, al menos algo parecido y con mucha intensidad.

Después de la experiencia, el padre Salvador pidió voluntarios para dar testimonio, salí y expliqué lo ocurrido, luego me hizo una serie de preguntas sobre mi vida relacionadas con los sentimientos de la vivencia experimentada, a todo le dije que sí, entonces me dijo que muy probablemente el origen estaba en el octavo y noveno mes de embarazo, me recomendó que en cada consagración de cada Misa a la que asistiera, le presentara estos dos meses de embarazo y pidiera a Jesús que me sanara de todo ello.

¡Gloria a Dios! ¡Gloria al Rey! ¡Gracias Señor Jesús!