TESTIMONIO #080
Siempre me he considerado una persona muy creyente, he ido a Misa todos los domingos que he podido y rezaba pidiéndole al Señor por mis necesidades. Una fe hecha a mi medida que me llevó a ser cada vez más egoísta y egocéntrica.
En verano del 2019 fallecieron dos de mis abuelos. Mi padre me habló de María Simma, y escuchando uno de sus libros por internet descubrí las oraciones de Santa Brígida por un año. Empecé a hacerlas y mi vida empezó a cambiar, pero seguía cayendo en algún pecado grave. Siempre, cuando caía, me confesaba y continuaba con mi vida tan tranquila, pero llegó un punto que la confesión no me dio el alivio que esperaba y sólo encontraba paz en Misa o rezando.
Soy profesora de instituto, y como estaba de vacaciones no había problema, pero al comenzar el curso empecé a notar una gran ansiedad, y junto al insomnio (que arrastraba desde los 20 años, ahora tengo 34) caí en una espiral de culpa y remordimiento que no me dejaba pegar ojo durante la noche ni parar quieta durante el día.
Yo tenía la certeza de que era algo espiritual, pero por más que me confesaba no lograba apartar de mí el sentimiento de culpa e indignidad (había tenido relaciones con varios chicos e incluso había llegado a probar las drogas). Tuve que pedir la baja en el trabajo y volver a casa de mis padres. Empecé a dar vueltas en espiral por la casa cada vez más rápido, temblaba y tenía dolores por todo el cuerpo.
Mis padres, al verme en tan mal estado, me llevaron a varios neurólogos y psiquiatras. Paralelamente, pedimos oración a todos nuestros amigos y conocidos creyentes, y yo comencé a prepararme para la consagración a la Virgen de Lourdes. Pero llegado el momento de la consagración, no me atreví a acercarme a la iglesia dado el estado de ansiedad.
En un viaje a Girona (donde yo estoy empadronada) para ir al médico, nos dimos cuenta de que tenía el neurólogo el martes y el psiquiatra el viernes, por lo que mi madre llamó y cómo íbamos desde Valencia nos pudieron colocar el psiquiatra el miércoles por la mañana. Al tenernos que quedar un día más le pedí a mis padres que me llevaran a visitar un sacerdote amigo para hacer la consagración. El Mossèn Salvador Juanola de Tordera me hizo, además de la consagración, una oración de sanación espiritual que me alivió gran parte de la ansiedad y con ello los dolores corporales y el tembleque.
Al día siguiente, por un «despiste», llegamos tarde a la cita y el médico no me pudo atender. Nos dieron la cita que tenía del viernes. Al volver de nuevo el viernes, volví a visitar al Mossèn, el cual me volvió a hacer otra oración que me quitó más ansiedad, y me habló del padre Salvador Romero de Paiporta para acabar de realizar la sanación.
Ya en Valencia, fui a visitar al padre Salvador, y junto a tres personas me hicieron una oración. Sin preguntarme nada previamente, me dijeron que estaba en el desierto, que Jesús, María y José estaban conmigo y que Jesús me hablaría en el desierto. Lloré. Me hablaron además del retiro llamado «Perdón y Misericordia» que estaban preparando la Comunidad «Somos hijos de Dios», para dentro de 3 semanas.
Asistí al retiro sintiéndome totalmente sanada, pero aun así, mientras estaba sentada en un banco rezando, se me acercó una chica de la Comunidad y me preguntó: «¿Puedo rezar por ti?» «¡Por supuesto!» Comenzó a rezar: «Señor, libérala de todo espíritu de indignidad» ¡Sin yo decir una palabra! Y continuó: «El Señor se glorifica en tu pequeñez y tu indignidad.» Lloré.
Gracias Señor, porque Tu Perdón y Tu Misericordia son infinitas.
¡Gloria a Dios!
Laia Balaguer.