TESTIMONIO #105
Invocando al Espíritu Santo, os doy mi testimonio de lo que ha sido el retiro de sanación y misericordia que he vivido este fin de semana, junto a mi mujer, Clara. Deseo de todo corazón que sirva para dar gloria a Dios y para infundir ánimo para vuestra perseverancia en esta tarea santa, tan preciosa y tan necesaria para estos tiempos.
En primer lugar doy gracias a Dios por María Longares, nuestra amiga del alma. La conocimos en el 2017 y en estos años apenas nos hemos visto unos pocos días, coincidiendo providencialmente en Medjugorje. Sin embargo, nació enseguida una amistad profunda y sincera. Su valentía para darnos testimonio de su propio proceso de sanación y su oración incansable por nosotros, especialmente por mí, han sido el medio por el cual Dios se ha servido para vencer las resistencias que había en mi interior para poder llegar a ir al retiro, el viernes pasado.
También fue muy bonito que en diciembre murió un tío segundo mío, mi tío Kas (Casimiro), polaco. Aunque tampoco tuvimos mucho trato, instantáneamente nació en mi corazón la necesidad de rezar por su alma, concretamente ofreciendo la Santa Misa y determinamos pedir las Misas gregorianas. Yo no sabía si me había pasado, a coste de nuestra economía familiar, aunque con estas cosas siempre pensamos que no hay dinero mejor invertido, porque Dios siempre da el ciento por uno. Pero para mayor confirmación, resulta que unos pocos días después nos llegó una propuesta de dejar que el Espíritu Santo eligiera para cada uno el santo patrón para el 2022. Yo le pedí al Espíritu que viniera a mí y entre todos los santos del santoral me toco nada menos que San Casimiro, rey de Polonia. Claro, para mí fue una confirmación de aquella necesidad de rezar por él. Pero no acaba aquí la cosa, porque yo tengo una depresión clínica diagnosticada desde que tenía 16 años (mañana voy a cumplir 49), de la cual nunca me he llegado a sanar y desde mediados de febrero había caído en uno de los bajones tan habituales en mí y veía que iba a ser imposible para mí el poder llegar a ir al retiro. No me negaba a ir, simplemente me veía incapaz de ello. Yo le pedía a Dios que, si era su voluntad que fuese al retiro, me diera la fuerza para hacerlo. Y así fue, el viernes, a pesar de lo mal que había estado toda la semana, estaba más sereno, con menos angustia y, no sin esfuerzo, conseguí hacer la maleta y subirme al coche con mi mujer. ¡Cuál fue mi sorpresa cuando en la Santa Misa de ese viernes, en la Plegaria Eucarística, se nombró a San Casimiro, rey de Polonia!
Metiéndome ya en lo que ha sido el retiro para mí, la verdad es que yo ya había hecho un trabajo profundo, de muchos años, de descubrir las heridas que causaban la depresión que tengo. Aún así, desde la primera enseñanza del viernes, las pude volver a ver con una Luz nueva. En la enseñanza del niño interior, lo que yo había aprendido con mi psicóloga de sacar mi «yo cuidador», se hizo por fin realidad, pudiendo consolar —como nunca lo había hecho— a aquel niño de 10 años, que había sufrido una gran crisis identitaria, a causa de un incidente de tipo sexual con un chico del barrio.
La oración de la tarde en el seno materno aún fue más impresionante para mí. Pude recordar muchas cosas de mis padres de la época en la que estaba en el vientre de mi madre. Pero —sobre todo— aconteció que una mujer, justo a mi lado, desde el principio empezó a como retorcerse de dolor (o al menos me lo parecía, por los ruidos) y empezó a gemir, gritar, llorar, con un enorme sufrimiento. Cuando nos pidieron que nos levantáramos todos los que podíamos venir al mundo sin dificultad, me levanté, aunque luego noté que me temblaban las piernas. Lo gordo vino cuando nos dijeron que ayudáramos a levantar a quienes tuviéramos al lado que no lo podían hacer. Yo traté de mirar hacia otro lado, pero inmediatamente supe que yo tenía que ser Jesús para esa mujer postrada al lado mío, para recibirla en esta Vida como Él quería hacerlo y entonces me incliné hacia ella y, aunque nadie me había dicho que tenía que hablarle, por un impulso empecé a decirle cuánto la amaba, como si tuviera que recibir en este mundo a la hija que nunca tuvimos (no hemos podido tener hijos, hasta ahora) con un amor que yo sólo había sentido hacia mi propia esposa. No sé exactamente lo que le dije mientras la levantaba y la abrazaba, pero era un sentimiento de amor inmenso, de amor incondicional, tierno, eterno, lleno de paz y de esperanza. Por la noche, ella se acercó a mí durante la cena. Me dijo su nombre. Me dijo que había encontrado con gran dolor el origen de una herida, pero que, sobre todo, se había encontrado con el Amor de Dios a través de mi persona y mis palabras. Gloria a Dios. Yo soy un pobre pecador. Si os contara aunque fueran sólo mis pecados de la semana pasada, podríais ver cómo soy un hombre débil, que tantas veces he vivido perdidamente sólo para mí mismo y no para los demás. Me conmueve mucho el haber podido servir a Dios y a esta mujer de esta manera tan bonita. Se me saltan las lágrimas exultando: ¡Qué bueno es Dios! ¡Qué bueno es Dios! ¡Qué bueno es Dios!
En la Santa Misa, esa noche del sábado, en el momento de la Consagración, al alzarse el Cuerpo de Cristo, escuché en mi interior al Señor que me dijo: «Tú eres mi Hijo amado, yo te he engendrado hoy.» Conocía estas palabras —al menos parecidas— de un Salmo. Esta vez no las leía, Dios Padre me las decía a mí —¡a mí! Y se hacían Vida. Y entonces unos minutos después, dándole vueltas a lo que había escuchado, me di cuenta de que acabábamos hacer la oración de sanación del seno materno y me acordé de Jesús con Nicodemo: hay que nacer de nuevo del agua y del Espíritu.
Creo que verdaderamente este retiro ha sido para mí un verdadero nacer de nuevo por el Espíritu. Aún ahora tengo miedo de decir esto porque otras veces he tenido experiencias fuertes del Amor de Dios y, sin embargo, luego he vuelto a caer en tanto pecado, tantas adicciones y esclavitudes. Pero sí, creo que es verdad que ha sido un nuevo nacimiento y, como tal, el comienzo de una nueva Vida, la Vida de la Gracia, la Vida del Espíritu, sabiendo que Dios siempre va a estar conmigo, aunque yo pueda perderme de nuevo, una y mil veces.
Otra maravilla de este retiro ha sido la de haber podido vivirlo con mi mujer, Clara. Ella dará su propio testimonio, por lo que no quiero pisarlo. Sólo diré que ha salido feliz, como hace tiempo que no la veía. Además tuvimos la ocasión de renovar también nuestro matrimonio, con un diálogo muy sanador de las heridas sufridas durante los casi 20 años que llevamos casados.
Siento haberme alargado tanto. Doy gracias a Jesús Eucaristía, siempre presente en el retiro, el autor de toda Salvación y Sanación. Doy gracias a Dios por los sacramentos de la Santa Misa y de la Confesión, que tanta Luz y Vida me aportaron. Doy gracias al Espíritu Santo por ser tan bueno de venir a nosotros, a poco que le llamamos. Qué belleza, qué fuerza, qué sabiduría la del Espíritu Santo. La Vida de mi vida, el Amor de mi amor. Doy gracias a Dios por todo el equipo y por el padre Salvador: hombres de una Fe como una montaña, con el entusiasmo y la alegría de los niños, con la ternura de una madre, con la firmeza de un padre, que habéis trabajado incansablemente; sólo puede explicarse por el Amor de Dios que hay en vuestros corazones. Sois un testimonio de la Vida del Espíritu que relata el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Para siempre quiero teneros presente en mi alma para alabar juntos eternamente las maravillas del Señor.
¡GLORIA A DIOS!