TESTIMONIO #023
Buenas noches, padre Salva:
He considerado que es mejor escribir ahora, cuando el evento está aún fresco en la memoria. Nos hemos conocido esta tarde, después de la Adoración Eucarística.
Soy el que Jesús ha sanado de su enfermedad en la espalda.
¿Qué me ha pasado?… Haré un poco de breve historia personal hasta llegar a «esta tarde».
Hace más de 2 años, el Señor, y especialmente la Virgen María, cambiaron radicalmente mi vida cristiana en Medjugorje. Hube de ir allí para conocer, precisamente allí, a un sacerdote valenciano, el padre José Enrique Francés. Y nos llovieron muchas gracias.
Entramos en el pequeño grupo de oración que él dirigía. Con lluvia incesante de regalos de parte del Señor. En concreto, aquél Pentecostés el Espíritu Santo nos inundó con un amor inmenso por la Eucaristía y la Adoración Eucarística. Un fuego de amor diferente, intenso. Algo maravilloso.
Usted y yo y muchos, sabemos y creemos firmemente que en ese pedacito de pan sacramentado está vivo nuestro Dios. Pero esto, este secreto a voces, es pura gracia el saberlo y sentirlo. Y mayor gracia poder estar en su Presencia y Adorarle. De Él viene todo ese amor por amor.
El p. José Enrique fue el que hace un año me remitió a la parroquia que usted preside. Y no ha sido hasta hoy, tras recordármelo un hermano en el Señor, que he sentido el impulso necesario de ir esta tarde.
Confieso que esperaba encontrar una pequeña parroquia de pueblo, con un grupo mínimo de adoradores. Y mayores. ¡Qué grata sorpresa ver tanta gente, y joven! Aunque personalmente poco me da que sean 3 que 300. Con que esté Jesús presente me basta.
Los problemas de mi espalda se han agravado en estos últimos años. Después de la vuelta del segundo viaje a Medjugorje el pasado mayo, me practicaron una RMN. Y la compañera traumatóloga se asustó aun más que yo al verla. De tal forma que me sugirió pasar por el quirófano en septiembre.
En junio mi esposa fue curada sin secuelas de una grave enfermedad cardíaca el día de Pentecostés. Fue uno de los tantos milagros que hace el Espíritu del Señor. Y yo, aunque también pedía mi sanación, no lo hacía con gran convencimiento. Pues de lo mío, aun a pesar de ser doloroso, no se muere nadie. Y… no sé, pensaba que tal vez el Señor tiene enfermitos más graves que precisan de su atención más que yo.
Con todo, a medida que se acercaba septiembre, mis súplicas eran constantes. Y con fe repetía y le decía a Jesús:
«Señor, yo creo. Yo sé que estás vivo. Hoy como ayer. Y en los Evangelios no hay ningún caso de un enfermo al que Tú rechazaras y te negases a curarlo. Luego si Tú quieres puedes curarme. Sáname Señor. Yo creo en Ti. Yo quiero ver tu Gloria. Sáname Señor.»
Hasta durante el sueño repetía, «Señor yo creo en Ti, quiero ver tu Gloria».
Mucha vida de oración y Eucaristía y súplica a diario. Pero El Señor permanecía estos meses como en un sordo silencio al respecto de mi enfermedad. Como alejado. No en otras cosas en las que era bien manifiesta su presencia.
Hasta que un sacerdote amigo de la RCC, el mismo que tuvo palabra de conocimiento de la curación de mi esposa, me dijo: «El Señor te va a sanar.»
Bueno, «tal vez el Señor me sane», pensé. Tal vez el designio del Señor sea sanarme a través de las manos del cirujano. Confieso que ya nos habíamos hecho a la idea de pasar por las largas horas de intervención quirúrgica.
Tenía concertada la visita con un neurocirujano que también, como la traumatóloga, tras ver la RMN había dicho que, sí o sí, había que operarme a no mucho tardar.
Hace dos semanas el neurocirujano desapareció, dejó el hospital y ahora se dedica a otros menesteres. Y ha manifestado que no vuelve a operar a nadie más en su vida.
Bueno, he caído en otras manos. Y solo a través de terceros, sin aún consulta. Este nuevo doctor es tan conservador que, vista mi RMN, dice que lo mejor es no operarme, que soy «demasiado joven».
Fíjese, 60 años y dice que soy joven. En fin…, visto la disparidad de lo que opinan mis colegas, me puse en manos de la Virgen y le pedí con todas mis fuerzas que me curara el mejor médico cirujano del mundo que conozco y que es su Hijo Jesús.
Y, recordando por una monición de un tercero, que en los años 60 un primo mío fue sanado de un cáncer terminal tras su peregrinación a Lourdes, también yo iba a ir el próximo mes con esa intención. Pero el Señor me ganó la mano y ahora lo haré en acción de gracias.
Ayer, durante una Adoración Eucarística en un retiro, hubo palabras de conocimiento para mí. Yo las recibí de otros, y las creí. Supe que eran para mí, pero nada dije. Me quedé en la esperanza de la verdad, pero no sabía cómo, dónde ni cuándo. Y salí del retiro dolorido debido a mi espalda y mis piernas, por tantas horas sentado en aquella silla.
Hoy, como ya he dicho, he sentido el impulso de ir a la Adoración en Paiporta. Y es que necesito Adorar y, si puedo, comulgar a diario. Es «hambre de Dios», usted me comprenderá.
Al principio de llegar me encontraba incómodo. Mucha gente. Y sin conocer a nadie.
Me he envuelto de la presencia del Señor Jesús Sacramentado y he alabado, he cantado y he orado cuanto el Espíritu Santo ha puesto en mis labios.
Y sí, me dolía la espalda, las piernas y las rodillas. Pero le Adoraba con todo mi corazón y mi ser.
Cuando usted ha dicho «aquí hay un hombre con dolor y una enfermedad en la espalda a quien hoy Jesús quiere sanar», yo he sentido interiormente que ese hombre era yo. Que mi señor Jesús me hacía tan gran regalo.
Se he han ido al instante todos los dolores. He caído de rodillas y me ha regalado abundancia de lágrimas. Ese es mi Señor. El Rey de la Gloria. El único Dios. Jesús, que hoy como ayer pasa haciendo el bien y sana de toda enfermedad a quien se lo pide. Es cierto que antes de suceder esto, el Señor me ha pedido que perdonara de todo corazón a dos personas concretas. Y así lo he hecho.
Por cierto, cuando se ha encendido la luz, mientras el Santísimo Sacramento en manos del sacerdote pasaba entre los bancos y bendecía a todos, he elevado una oración a los ángeles custodios del Sagrario.
Lo demás ha sido conocerle y pedirle su bendición. Bendición franciscana que aprecio en lo más profundo de mi ser.
Haga usted el uso que considere conveniente de este escrito. Sé que lo hará para mayor gloria de Dios. Pues justo es que habiendo recibido del Señor tantas Gracias, le demos en todo tiempo y lugar el honor y la Gloria que a Él solo pertenecen. Amén.
Sin otro particular, un cordial saludo en el Señor.
La Paz.
Miguel Casañ.