TESTIMONIO #172
«Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho contigo» (Lc 8, 39).
Para Gloria de Dios, me atrevo a compartir lo vivido en el retiro de sanación de octubre.
Ya el día anterior a lo que voy a contar, la Comunidad del padre Salvador escribió unas palabras sobre una mujer triste con la que me sentí identificada (soberbia la mía, pensé).
Al día siguiente ocurrió la experiencia que paso a relatar.
En la oración del seno materno.
Nací de pie, en una época en la que no eran usuales las cesáreas. Imaginaros el riesgo del parto; tanto es así que ni los médicos ni la comadrona daban nada por mí (creo que yo no quería nacer). Cuando estaba rememorando el momento del alumbramiento, sentí un fuerte dolor en el abdomen, como si me desmembraran. Todo se tiñó de rojo, oía ruidos fuertes, agitación a mi alrededor en la estancia, pasos y susurros; y luego la nada… había muerto. Sucedió en un suspiro, sentí a mi madre orando, pidiéndole a Nuestro Señor, ofreciendo su vida por la mía. En ese instante vi a Jesús sonriendo y volví a ver la luz. Nací a la hora de la misericordia.
Fui volviendo en mí, al aquí y ahora; entonces una gran paz me inundó. Dejé de angustiarme, de sentir rondar a la muerte. Me puse en sus manos y le pedí al Espíritu Santo que obrara en mí, para gloria de Dios, bien de las almas y mi propia santificación, y desperté en Paz y con mucha alegría en mi corazón.
¡A ÉL sea la Gloria por siempre, Señor Jesús!